Artículo de Encarna Martínez Martínez de la Archicofradía de Ntro. Padre Jesús Nazareno Revista Semana Santa 2021
Los que vivimos la Semana Santa y sus desfiles procesionales sabemos,
aunque no nos guste, que dependemos del estado meteorológico en esa
época del año.
No es la primera vez que una procesión, antes o después de estar todo organizado
para salir a la calle, se ha tenido que quedar en casa. Tristeza. Un sentimiento
extraño porque, aunque sabes que estás haciendo lo más responsable, no puedes
evitar esa rabia que te recorre al ver que no puedes salir a la calle a mostrar al
pueblo esa pasión y ese trabajo.
Algunos años, la procesión de la Santa Cena de Jueves Santo, no ha salido a la calle,
pero la hemos vivido. La hemos vivido al otro lado de las puertas, siempre abiertas
para el visitante que quiera entrar a ver o a ayudar.
Este año, no. Este año las puertas han estado cerradas.
No ha habido ni cenas ni comidas improvisadas entre los que por allí andábamos.
No ha habido risas ni llantos. Tampoco hemos tenido que correr para poner esas
faldillas de última hora, ni que subirnos a las carrozas mientras salen para ir pasando
el trapo.
No me he subido a hacerle el lazo a la Samaritana, ni he esperado con ansia que llegue el asado que prepara una familia para poner en la Santa Cena, porque si te descuidas, algo le falta.
No le he tocado las manos al Cristo de la Columna con el corazón encogido.
Tampoco hemos compartido largos ratos con Pilatos en la Sentencia mientras el Cristo de la Humillación nos observa para ver si nos vuelve la cordura.
No he mirado al Cristo del Madero desde abajo observando cada detalle ni pedido al Cristo del Perdón eso, perdón.
No me he subido a la carroza de la Virgen de la Amargura con mi madre y mi hija a vestirla, ni he tensado con mi padre las cintas de su manto, mientras mi hijo planea con su abuelo, “conducirla”.
Todo fue un “NO” este año, no pasó nada, no hubo nada. Solamente recuerdos, añoranza y esperanza para que el siguiente año (o el siguiente) pueda vivir esto.
Lo que está claro es que todo esto nos enseña que no somos invencibles, ni eternos, ni los más sabios, ni los más buenos. Sólo somos personas, personas a las que nos apasiona la Semana Santa y estamos expuestas no solo a las inclemencias del tiempo.
Volveremos, esperemos que pronto.