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martes 23 de abril del 2024

Periódico independiente de Alhama de Murcia desde 1995

Relatos ganadores del Certamen de Literatura

1º Premio Inma Alcaraz Castelo «COSAS DE NIÑOS»
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Es la hora del recreo, y mientras me tomo religiosamente mi taza de café, miro por la ventana como juegan todos los niños de clase.
Nunca me había fijado, pero observo con atención como las niñas juegan entretenidas a las mamás, algunas están sentadas dando de comer a sus muñecos y otras hacen como que barren el suelo lleno de piedras con trozos de ramitas que han encontrado por el recreo. Es divertido ver lo atareadas que están y lo que se esfuerzan por que sus bebés estén alimentados.
Al otro lado del recreo los observo a ellos, los niños. Todos corren divertidos detrás de los balones, algunos están jugando en el arenero, hacen bolas de barro y se las tiran unos a otros.
Realmente no sé quien les ha enseñado a comportarse de tan distinta manera, pero creo que toda la responsabilidad es nuestra. Aprendemos lo que vemos y por desgracia ellos saben perfectamente que papeles desempeñamos los adultos en nuestra vida.
Ya desde pequeños ven a sus mamas hacer todas las tareas de la casa, correr a comprar y encargarse de bañarlos, darles de comer y dormirlos hasta que parecen angelitos indefensos y los acostamos en sus camas.
Luego llega la navidad, y como no, a los niños les traen miles de coches, balones, tractores y canastas. Y a las niñas las cargan de cochecitos con bebes gorditos junto con sus biberones y sus pañales, para que empiecen a criar desde bien chiquititas. Además de toda una amplia gama de juguetes para limpiar, barrer, carritos de la compra y cocinitas con todos los utensilios para que se  familiaricen con todo lo que algún día será ya no un juego, sino una obligación.
De pronto suena el timbre, y aunque suene feo, como borreguitos todos se dirigen a sus clases. Hasta los más despistados se quedan hipnotizados mirando hacia la puerta de entrada del colegio y saben que ya se acabó el recreo.
Vuelvo a clase algo triste porque no sé muy bien cómo afrontar el tema con ellos. Son tan pequeños.
Así que se me ocurre una idea, un pequeño experimento.

  • Bueno, niños y niñas ¿Qué tal el recreo?

Me miran desconcertados, la clase esta distinta. No hay sillas ni mesas repartidas por la clase. Ahora están todas apiladas en una esquina y queda un vacio enorme en todo el aula.

  • A ver chicos, quiero que todos los niños os pongáis en el lado derecho de la clase y que todas las niñas se pongan en el lado izquierdo.

Hoy vamos a jugar a un juego nuevo. Me gustaría que cada uno de vosotros por orden me dijera que os gusta hacer cuando no estáis en clase.
Como era de esperar todos los niños me dicen lo mismo, correr, jugar al futbol y al baloncesto.
Las niñas siguen con sus mismos juegos del recreo, jugar a las mamás y a las cocinitas.

  • Muy bien, pues como deberes para casa os voy a mandar que todos los niños paséis el fin de semana con vuestras madres, ayudándolas en todo lo que hagan y las niñas que os peguéis a vuestros papás y los ayudéis en todas sus tareas. El lunes me traéis una redacción con todo lo que habéis hecho y después las leeréis en clase.

Ese fin de semana lo dediqué yo misma a que mi hijo pasará cada minuto conmigo y me ayudara en todo. Al principio le pareció una idea genial, pero conforme pasaba el día empezó a decirme que se aburría, que él quería ir a comer gusanitos y ver la tele con papá. Le dije que necesitaba su ayuda, porque si se fijaba bien teníamos que hacer muchísimas cosas y yo sola no podía con todo. Me sorprendió su respuesta, ya que él tenía clarísimo que yo siempre lo hacía todo sola, que porque no me esforzaba mas y así me daría tiempo a todo.
En ningún momento mencionó una posible ayuda de su padre. Me di aun mas cuenta de lo mal que lo estábamos criando, de los valores con los que todos los niños y niñas crecen y esperé ansiosa a que llegara el lunes para ver que había pasado con mi experimento.
Mis alumnos se fueron levantando uno a uno, primero empezaron los niños. Como era de esperar se habían pasado todo el fin de semana haciendo todas las tareas de la casa y solo el domingo por la tarde relataban que sus padres los habían llevado al parque o a la montaña y allí había jugado al futbol, trepado por los arboles o habían estado buscando bichitos pequeños. Algo aburrido había sido su fin de semana, mencionaron algunos de ellos.
Las niñas en cambio habían tenido una experiencia fantástica. Sus papás las habían llevado con ellos y sus amigos a ver un partido de futbol o las habían paseado por el parque o simplemente las habían puesto delante del televisor con varias horas de sus dibujos animados preferidos y muchas palomitas de colores que habían engullido con ellos en el sofá. Alguna afortunada hasta había ido al cine a ver la película de dibujos que acababan de estrenar.
Ellos mismos se sorprendieron de lo distinto que había sido para unos y otros. Les hice la pregunta clave.

  • ¿creéis que podríais disfrutar lo mismo con papá y con mamá juntos?

Todos respondieron que claro que si, sin duda alguna. Y que solo hacía falta que todos ayudaran por igual en casa y así todos tendrían más tiempo de disfrutar juntos.
 
Los felicité por su trabajo y les recordé que ellos solos, sin ayuda de nadie habían sacado la conclusión que yo quería escuchar. Todos los niños y niñas son capaces de ver lo que de adultos no vemos con tanta claridad. Todos y cada uno de nosotros somos capaces de hacerlo todo y aportando todos nuestros granitos de arena el mundo será más justo.
Mi labor como maestra es enseñarles en igualdad de condiciones y que todos luchen por realizarse como personas y que no se condicionen por ser hombres y mujeres el día de mañana. Pero mas allá de lo que yo les quiera enseñar, fuera de estas paredes la responsabilidad es de sus padres y madres. Y por desgracia aun en los tiempos que estamos, seguimos teniendo mucho por lo que mejorar.
Papas y mamás, os invito a empezar en casa, a hacerles ver con nuestros actos que todos somos iguales. Seguro que el día de mañana queremos lo mejor para nuestros hijos e hijas. Estoy segura que os llenaría de orgullo ver que vuestras hijas llegan a ser directoras de una gran empresa y a la vez puede ser madres sin obstáculos algunos. Y que vuestros hijos también llegan a cumplir todos sus sueños y a la vez dan biberones, cambian pañales y cantan nanas a sus bebés.
Si nos gustaría ver así a nuestros hijos, ¡empecemos ya!, porque el tiempo pasa  y ellos aprenden demasiado deprisa. En ellos está el cambio que todos deseamos ver. No deseemos la igualdad, hagámosla posible.
 
 
2º Premio Fina García «El desván
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María subió cada peldaño muy despacio, como si cada uno le trajese un recuerdo, un olor, un sentimiento distinto. Recordaba como si fuese ayer las veces que subía a ese desván, de pequeña a esconderse detrás de cualquier mueble jugando con sus primos, y de adolescente a mirar con nostalgia desde la ventana preguntándose dónde estaría, por qué se había marchado.
Faltaban tan sólo dos semanas para ese gran día, y ahora, más que nunca la echaba de menos. La excusa para volver a aquella casa, para subir al desván, era que necesitaba recuperar un pañuelo bordado con hilo de seda que su madre le hizo, y que siempre fue su amuleto, hasta que decidió que volviese a estar en el lugar donde ella lo había guardado desde siempre. Pero en realidad necesitaba sentirse cerca de ella, necesitaba sentir su calor, su olor, y recorrer las mismas estancias dónde ella solía estar. Ese desván era su lugar mágico. Por las tardes, cuando el sol de primavera bañaba la estancia, subían las dos, ella cosía  y María pintaba. De vez en cuando levantaban la cabeza de sus tareas y sus miradas se cruzaban, había complicidad, había magia, María miraba a su madre con admiración y ésta a su vez le devolvía la mirada llena de ternura. Se sentía segura y protegida a su lado, quizás también porque ella siempre le decía:
-Mi tesoro, no tengas miedo, nunca tengas miedo, porque yo siempre estaré a tu lado.
-¡Mentira! ¡Mentirosa! ¿Por qué me mentiste? ¿Por qué no estás ahora a mi lado?
María no pudo evitar que esas palabras salieran de su boca, fue como intentar ahogar en un grito toda esa mezcla de sensaciones que de repente brotaron desde el fondo de su alma y sentía que le oprimían el pecho. La necesitaba tanto…
Tal vez si las cosas hubieran sido distintas, si en vez de ese padre hubiese tenido otro, si en vez de conocer a ese hombre ella se hubiese casado con aquél primer amor del que tanto le había hablado y nunca pudo olvidar, quizás ella ahora estaría a su lado.
¿Somos nosotros los que decidimos, o en algún lugar hay un libro escrito con tinta indeleble donde está decidido ya nuestro destino? Seguro que todos en algún momento de nuestra vida, nos hemos hecho esta pregunta, pero nadie tiene la respuesta…porque la respuesta está en nuestro interior. Y pocas personas consiguen bucear hasta el fondo para encontrarla.  El destino nace y se hace, hacemos camino al caminar. Por decirlo así, venimos programados pero tenemos la capacidad de reprogramarnos . Gozamos de libre albedrío lo que nos impone una tremenda responsabilidad: Somos pequeños dioses dentro de nuestro mundo.
Quizás por esta y por muchas más preguntas como ésta, para intentar entender el por qué o el cómo de todo esto, decidió estudiar psicología. Necesitaba entender esto, y sobre todo, poder ayudar a los demás a evitarlo o, en su defecto, a superarlo.
Su padre nunca fue demasiado cariñoso ni atento con ella, pero a ella no le importaba, porque todas su necesidades su madre las cubría con un manto de amor.
Al principio todo parecía normal, o al menos todo lo que ella había conocido hasta entonces. Pero una mañana despertó con unos sollozos que venían del desván. Subió con sigilo y encontró a su madre sentada en el suelo. Con las manos tapaba su cara. María se acercó a ella, y retiró con dulzura las manos. Ella no opuso resistencia, su actitud era de derrota…y en aquél momento comenzó a entenderlo todo.
Entendió por qué su madre siempre hablaba de su padre con tanto respeto, que a ella a veces le parecía que más que respeto fuese miedo. Entendió por qué pasaba tantas horas en aquél desván…era su refugio. Entendió por qué muchas veces llevaba en los brazos moratones y rasguños y entendió por qué la luz de sus ojos se iba apagando lentamente.
María era demasiado pequeña para entender nada, y por supuesto para hacer nada, pero sabía que algo no iba bien. No todo el dolor es físico, no todo el sufrimiento se experimenta en forma de moratón, el peor dolor es el que no se ve, el que no se percibe con los ojos,  el peor dolor es el del alma…
Un día despertó, y su madre ya no estaba. Le dijeron que estaba en el cielo, y que desde allí la protegería por el resto de su vida. A su padre tampoco lo volvió a ver nunca, le dijeron que  había hecho algo muy malo y que debía olvidarse de él.
María creció y aprendió a ser fuerte, las circunstancias que le había tocado vivir, junto con el amor que le dio su madre, hicieron que aflorara en ella ese sentimiento de justicia que le había llevado finalmente  a dedicarse a la abogacía, y defender a todas esas mujeres  indefensas, oprimidas, llenas de miedo, angustia y dolor.
Y fruto de todo ese trabajo y esfuerzo, creó un protocolo de actuación que minimizó casi hasta su eliminación cualquier tipo de violencia contra la mujer e hicieron que su labor se reconociese con ese premio que hoy recibía.
En su mente y en su corazón, siempre ella, la que le dio la vida y le enseñó el valor del amor y la justicia. Y a ella le dedicó ese premio. Subió al estrado, sacó un papel pulcramente doblado y comenzó a leer:
A mi madre…
Así, soy en ti,
tu sacrificio y tu dolor me marcaron
y forjaron en mí el concepto de la justicia
tus blancas manos artesanas tallaron en mí
la verdad, el trabajo y el honor.
La clara concepción de tus caminos
me lleva transparente por las sombras,
recojo el mensaje de la vida
que en el bautismo de mis días,
tus ojos grabaron en mi memoria.
Día a día seguí tus lágrimas
y noche tras noche caminé tus oraciones;
te vi caer de las sombras del dolor
cuando la noche rompía tu fortaleza.
Y hoy que soy  un huracán desmedido de ilusiones,
vivo la pasión y el amor
con la misma intensidad que has vivido tu dolor.
Tus brazos siempre se abrirán cuando necesite un abrazo.
Tu fuerza y tu amor me guiarán, y me darán alas para volar.
 
3º Premio Inma Alcaraz Castelo «El sueño de ser mamá»
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Hace un año que aprendí una gran lección…
Siempre he sentido una gran responsabilidad como mujer y un agradecimiento enorme hacia todas y cada una de ellas, que de un modo u otro han sabido hacerse valorar y luchar por tener los mismos derechos que un hombre.
Pero hace un año todo en lo que yo creía que se había conseguido se vino abajo por una sencilla y preciosa razón. Hace un año viví el gran regalo de ser mamá.
Es un gran privilegio el ser madre, a la vez que una gran responsabilidad. Supongo que todas las mujeres que son mamas lo entenderán, el tener que multiplicarnos en dos o incluso tres a la vez, no desatender al bebé, ni la casa, ni a la pareja, amigos, y sobre todo seguir trabajando.
Si ya es complicado acostumbrarte al ritmo de un nuevo ser en la familia a veces te planteas el no volver en un tiempo a tu vida laboral para poder aprovechar y criar a tu hijo.
Pero no todas las mujeres lo ven así, de hecho no tiene porque ser así.
Cuando tuve a mi hijo en brazos pensé en que tan solo dieciséis semanas después tendría que irme a trabajar y en cierto modo me asusté pero tuve ir haciéndome a la idea.
Un día, me llamaron de la empresa a la que tenía que volver a incorporarme y me dijeron que tenían una solución para mí.
Me arreglaban los papeles del paro para que pudiera estar en mi casa tranquilamente y criar a mi hijo. Ellos lo habían estado pensando y creían que era lo mejor para mi…
¿De verdad?, ¿lo mejor para mi o para la empresa?
Me levanté de aquella reunión bastante enfadada, puesto que vi como el mundo laboral me daba de lado al convertirme en madre. Poco después me enteré que en mi puesto había un hombre y que apenas quedaban dos mujeres trabajando allí, ya que otra chica se había quedado embarazada y a ella directamente la habían despedido. Me enfurecí mucho más, porque vi lo mucho que aún queda por luchar y por avanzar en esta sociedad.
Mientras, tuve que aguantar que en televisión apareciera la Presidenta del círculo de empresarios, Mónica Oriol, haciendo unas declaraciones que me llenaron de indignación:
“prefiero una mujer de más de 45 o de menos de 25, porque como se quede embarazada, nos encontramos con el problema.”
¿De verdad soy un problema?, soy una mujer trabajadora y a la vez soy mamá y me da tiempo a hacerlo todo.
Hace poco volví a trabajar. Mis noches eran agotadoras criando a mi hijo y mis días interminables. Llegó un momento en el que creí que no sería capaz de levantarme de la cama para cumplir con todas mis obligaciones.
Pero lo hacía. Recordaba la lucha constante por la igualdad y los derechos por los que tantas mujeres lucharon.
Un día, mi niño enfermó y al día siguiente no tenía quien estuviera con él. Así que hable con uno de mis encargados. Le dije que uno de mis compañeros había aceptado a cambiarme el turno y que así yo podría cumplir con mi responsabilidad hacia la empresa y a la vez poder estar con mi hijo.
Su contestación me descolocó totalmente:
“Esto no es un bar donde quedas con los amigos para tomar cervezas, esto es una empresa y aquí no puedes hacer lo que te dé la gana”.
El mundo se me vino abajo, no podía entender como aun hay personas que piensen así.
No pude estar con mi hijo porque un chico al que le han dado un cargo no comprende lo que es llevar una casa, una familia y una vida laboral hacia delante.
A raíz de esto caí en una gran depresión. Veía que tenía que elegir entre ser madre o trabajar.
Después de varias semanas de baja, solicité la reducción de jornada y me la concedieron. Solo duró un mes. La empresa tenía que despedir a personal y fui una de las primeras en recibir la noticia.
Ahora estoy en casa. Cuido de mi pequeño y cobro el paro. Me gustaría volver a trabajar, por supuesto. Pero lo que de verdad me gustaría es que todas aquellas mujeres que están en la misma situación que yo pudieran tener el derecho a ser madres sin dejar de realizarse como mujeres trabajadoras.
Ahora miro el mundo con otros ojos, con la visión de poder dejarles a nuestros hijos un mundo más justo y que seas del sexo que seas todos tengamos los mismos derechos.
Que todas las mujeres que tengan el sueño de ser mamás puedan realizarlo sin tener que estar cohibidas por perder algo tan digno como es el trabajo.
Todos deberíamos tener presente que nuestros niños son el futuro y nosotros los responsables de enseñarles el mundo, pero un mundo justo para todos.
 
 

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