Por Manuela Fernández López Alhama de Murcia, 17 de Diciembre de 2022 Parroquia de San Lázaro
«¡Buenas noches!
En primer lugar, agradecer al Coro “Audite Omnes” que haya pensado en mí para realizar el pregón de Navidad de este año. El asombro inicial tras comunicarme su decisión, se transformó rápidamente en una gran alegría para mí y para mi familia. Muchas gracias.
En segundo lugar, agradecer, a José Luis Martín Descalzo (1930-1991), sacerdote, poeta, escritor y periodista, sus reflexiones sobre la Navidad, en “Días Grandes de Jesús” y “Buenas Noticias”, que han sido mi guía para escribir estas palabras.
Quiero comenzar mi pregón de Navidad, recordando que podemos celebrar la Navidad gracias al “Si” de una mujer. María. La Virgen María.
Gracias, María.
Gracias por haber sido una mujer libre.
Gracias por no tener miedo, por fiarte de Dios, por aceptar tu misión sabiendo las dificultades.
Gracias porque entendiste la maternidad como un servicio a la vida.
Gracias porque entendiste la virginidad como una entrega.
Gracias por ser valiente en un tiempo de cobardes.
Gracias, María, porque cuando todos te consideraban una mujer de nada, tú fuiste todo.
Gracias por atreverte a ir embarazada hasta Belén.
Gracias por dar a luz en un pesebre.
Gracias, María, por darnos a Jesús, para que podamos celebrar la Navidad.
En Navidad celebramos que Dios se hace hombre. Este es el misterio de la Navidad. Y sólo con un enorme esfuerzo de fe y de amor, podemos aceptarlo y tratar de vivirlo. Para intentar acercarse a la idea de la Navidad hay que empezar por tener una idea profunda de lo que es en realidad el hombre, de lo que es en verdad Dios y de lo que fue verdaderamente Jesús.
- Navidad es, para Dios, la gran caída. Dios, el “eterno”, el “creador”, el “todopoderoso”, se hace a la vez el “mortal”, la “criatura”, el “todonecesitado”. Como decía Góngora, “hay distancia más inmensa de Dios a hombre que de hombre a muerto”. En la cruz, Cristo salta de hombre a muerto, distancia pequeñísima que todo hombre ha de cruzar. Mientras que el salto en Belén tiene una longitud infinita, literalmente infinita: de Dios a hombre. En Navidad cambia el concepto sobre Dios. En Navidad los hombres descubrimos un “nuevo Dios”.
- También en Navidad cambia el concepto de hombre. Navidad es para el hombre “un crecimiento del ser”. Como dijo Ortega y Gasset “si Dios se ha hecho hombre, ser hombre es la cosa más importante que se puede ser”. Es cierto, en Navidad asistimos a una segunda creación del hombre. En el paraíso nació el hombre; en Belén nació el hombre nuevo, el hombre “capaz de Dios”, con un alma nueva de dimensiones infinitas.
¿No debería ser, entonces, la Navidad la gran fiesta de la Humanidad?
Para nosotros los cristianos la Navidad es la prueba de dos realidades maravillosas: que Dios está cerca de nosotros y que nos ama. Dios, abandonó los cielos para estar entre nosotros, ser como nosotros, vivir como nosotros, sufrir y morir como nosotros. Éste es el Dios de los cristianos. Y ¿por qué bajó de los cielos? Porque nos ama. Todo el que ama quiere estar cerca de la persona amada.
Navidad es la gran prueba. En estos días ese amor de Dios se hace visible en un portal. Ojalá se haga también visible en nuestras almas. Ojalá en estos días la paz de Dios, la ternura de Dios, la alegría de Dios, descienda sobre todos nosotros como descendió hace más de dos mil años sobre un pesebre en la ciudad de Belén.
Por eso, el mensaje en Navidad no puede ser otro que: alegría, alegría, alegría.
Alegría para los niños y para los ancianos.
Alegría para los que tienen esperanza y para los que la han perdido.
Alegría para los abandonados por todos y para los que abandonan todo para servir a los demás.
Alegría para todos.
Alegría porque Dios se ha vuelto loco y se ha hecho uno de nosotros.
Alegría porque Él, en Navidad, trae alegría suficiente para todos.
Sin embargo, a veces, cuando miramos la Navidad con ojos humanos, la Navidad nos pone tristes. La Navidad es el tiempo de la ternura y de la familia y, desgraciadamente, vemos cómo en estos días viene a nuestro recuerdo la imagen de los seres queridos que se fueron. No obstante, mirando la Navidad con ojos cristianos son infinitamente más las razones para la alegría que esos rastros de tristeza que se nos meten por las rendijas del corazón. Si estas Navidades no son para nosotros tan felices como las de años anteriores, recordemos que en el tiempo de Dios, toda la alegría y la maravilla del pasado está presente también en este momento. La felicidad que experimentamos entonces es nuestra para siempre.
En Navidad, Dios se hace más pequeño y, por tanto, más abrazable. Más sencillo, y, por tanto, más comprensible. Más amigo, y, por tanto, más acompañable. Dios parece más Dios en Navidad precisamente porque se disfraza menos de Dios.
- “Pasad por la puerta estrecha”, dice Dios.
- “Si verdaderamente queréis llegar a mí, no hay más camino que esa pequeña puerta por la que sólo pasan los niños y los que se atreven a agachar la cabeza”.
- “A mi reino se entra por el camino de la sencillez, no por el del orgullo”.
- “A mi reino se accede por el camino de la alegría, no por la carcajada”.
- “Por eso en mi reino habrá tan sólo niños, niños de cuerpo o de alma, pero niños, únicamente niños”.
- “Ya lo veis, cuando yo me hice hombre empecé por hacerme lo mejor de los hombres: un niño como todos”.
- “Lo mejor de este mundo son los niños, ellos son vuestro tesoro”.
- “Fijaos en sus ojos, ¿hay algo más hermoso?”.
- “Me gustaría que, al verme niño recién nacido, descubrierais al niño que hay dentro de vosotros. Que lo dejarais libre. Que no lo maniatéis con vuestras importancias, que no lo envenenéis con vuestras ambiciones, que descubráis que nunca seréis en vuestras vidas nada más importante que el niño que fuisteis y que sois”.
- “Entonces, sí, podréis acercaros a mí, acercaros al Belén donde sigo naciendo y cantadme, como cantan los niños, villancicos ingenuos. Porque por la pequeña puerta de la infancia se llega hasta el corazón de Dios”
De ahí que la mejor manera de celebrar la Navidad sea volverse niños. A la gran locura de Dios, de hacerse uno de nosotros, un niño, sólo podemos responder con ese asombro interminable de los niños, con un poco de esa locura, bendita y pequeña, que es hacernos niños. Al portal de Belén sólo se puede llegar de dos maneras: o teniendo la pureza de los niños, o la humildad de quienes se atreven a inclinarse ante Dios.
Y acercarse a Belén, es acercarse al mundo de los sueños más hermosos.
Porque Belén no es una ciudad de nuestro mundo, sino un rincón del corazón humano.
En Belén giró la historia.
En Belén nació la vida.
En Belén, ser hombre se convirtió en ser hijo de Dios.
En Belén, el Dios de los cielos inició la locura de volverse pequeño.
Por eso las campanas de Belén están locas, repican y repican para explicar al mundo la alegría del Cielo.
Y para celebrar este prodigio insólito los hombres hemos montado en torno a la Navidad todo cuanto conocemos de ternura y belleza. Y por eso, ningún otro tema, ninguna otra historia, ha recogido en torno a sí tantas maravillas musicales, poéticas, literarias y dramáticas. Enseguida disfrutaremos de algunas de esas maravillas musicales.
Pero antes y para finalizar este pregón quiero leer unos versos de Gloria Fuertes, la conocida como “poeta de los niños”, que con su sencillez e inocencia, nos trasmite el gran mensaje de la Navidad; el amor de Dios. El poema se titula, “El camello”.
El camello se pinchó con un cardo en el camino,
y el mecánico Melchor, con buen tino, le dio vino.
Baltasar fue a repostar más allá del quinto pino,
e intranquilo el gran Melchor consultaba su “Longinos”.
- ¡No llegamos, no llegamos, y el Santo Parto ha venido!
Son las doce y tres minutos y tres Reyes se han perdido.
El camello cojeando más medio muerto que vivo,
va despeluchando su felpa entre los troncos de olivos.
Acercándose a Gaspar, Melchor le dijo al oído:
- ¡Vaya birria de camello que en Oriente te han vendido!
A la entrada de Belén al camello le dio hipo.
¡Ay que tristeza tan grande en su belfo y en su tipo!
Se iba cayendo la mirra a lo largo del camino,
Baltasar lleva los cofres, Melchor empujaba al bicho.
Y a las tantas ya del alba, ya cantaban pajarillos,
los tres Reyes se quedaron boquiabiertos e indecisos,
oyendo hablar como a un hombre a un niño recién nacido.
- No quiero oro ni incienso, ni esos tesoros tan fríos.
Quiero al camello, lo quiero, lo quiero – repitió el Niño.
A pie vuelven los tres Reyes, cabizbajos y afligidos,
mientras el camello echado le hace cosquillas al Niño.
Con mi alma de niña, os deseo a todos ¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!