José María Díaz Serrano
Presidente de la Junta de Cofradía y Hermandades de Alhama.
Artículo publicado en la Revista de Semana Santa Alhama 2021
Se acerca la Semana Santa y con ello el ajetreo de los preparativos para las procesiones, para organizar todos los actos necesarios para la celebración de nuestra Semana de Pasión. Pero lo que nadie esperábamos, es que un virus, que nadie vemos, que nos ha trastocado de tal manera nuestra forma de vivir, sentir y pensar y que nos ha fastidiado sobremanera, sería el causante de que nuestras procesiones no puedan salir a las calles de Alhama.
Y como no, llegan los días de las procesiones. Llega el Martes Santo, día en el que procesionan por primera vez todas las hermandades y cofradías de modo conjunto; una procesión que tradicionalmente, una vez pasado el Viernes de Dolores, marcaba el inicio de nuestra Semana Santa Alhama. Pero la triste realdad, es que todas las imágenes, carrozas, flores, bandas de música, nazarenos, etc., están en sus sedes y todo el mundo encerrado en casa.
Tengo la oportunidad de salir a pasear y al subir al centro de mi pueblo, me encuentro un silencio que da miedo, pues no hay nadie en la calle. Y ese momento me lleva al pasado, a un pasado lejano, pero cercano en mi corazón; me recordó mi infancia, mi niñez y mi juventud, me hizo recordar como vivía la llegada de la Semana Santa.
Llegaba la navidad y como niño, estaba deseando que llegaran los reyes magos y la noche en la que mi Rey Melchor, entraría sin darme cuenta a mi casa y dejaría los juguetes, pues había sido un niño bueno. El rey Melchor, mi favorito.
Pasaba la alegría de los juguetes recibidos, y, todavía con la emoción de un niño disfrutando de sus regalos, empezaba a pensar, que se acercaban las procesiones. Y claro, había que empezar a preparar la túnica, llegaban el sonido de los tambores y cornetas, que ya ensayaban por la calle, para prepararse para las procesiones; pero no solo ellos se preparaban, los amigos de la calle donde vivía, también nos preparábamos. A nuestras madres les pedíamos los envases vacíos del detergente de lavar la ropa -recuerdo que algunos eran redondos y con ellos hacíamos nuestros tambores-, también hacíamos a nuestra manera el banderín de la banda de música y todos en formación salíamos por la calle. Después de hacer nuestros deberes y con la merienda en la boca nos juntábamos en la calle para hacer nuestro ensayo.
¡Qué grandes tardes pasábamos tocando en esos tambores de cartón, y con una ilusión tremenda, pues se acercaba la Semana Santa!
Y claro faltaba la parte fundamental, la túnica.
“¡Mamá, mamá, tienes que buscar la túnica de nazareno, que se acerca la semana santa, y hay que prepararla con tiempo!”; y ahí estaba mi madre: “tranquilo hijo, que tengo tiempo de arreglar los bajos, pues has crecido, pero no te preocupes, que para el martes la tendrás preparada”.
Aquellas palabras te tranquilizaban, pero los nervios estaban ahí; sabía que mi madre la tendría preparada. Yo estaba deseando que llegase el martes, para ponerme mi túnica y llenarla de caramelos.
¡Qué ilusión tan grande!; ya era martes y las calles llenas de gente, las carrozas con sus imágenes, sus flores, nazarenos de todos los colores, las bandas de música ya sonaban; que alegría y que nervios. Pronto va a empezar la procesión.
No había importado la espera, ya estábamos procesionando; y yo con mi buche lleno de caramelos para repartir a los amigos, que no se habían vestido y a los niños que en las aceras veían la procesión.
Por fin era Martes Santo. Se iniciaba mi Semana Santa.