Artículo de opinión de Isabel Campos López
No se puede negar que estamos viviendo uno de los veranos más desconcertantes de nuestra historia.
Otros años, la llegada de septiembre significaba: alivio del calor, fin de las vacaciones (quienes tenían) y, sobre todo, el inicio del curso escolar. Comprar los libros de texto, forrarlos para que no se estropearan y sirviesen a los hermanos que venían detrás o a otros niños. Preparar las carteras y esperar, algunos con ilusión y todos con expectación el primer día de escuela. La llegada a clase, ver que maestro o maestra te tocaba ese año, saludar a compañeros conocidos, conocer a los nuevos. En la vida de los niños septiembre siempre ha sido el comienzo de algo importante.
Este año, lleno de incertidumbres y cambios, nos enfrentamos a un inicio de curso diferente. El colegio que hasta ahora era como la segunda casa, se ha convertido en un entorno potencialmente inseguro. La aglomeración de niños en las aulas, en plena pandemia, plantean serias dudas sobre la idoneidad de que los colegios abran sus puertas.
La decisión sobre abrir o no abrir los colegios y en que condiciones hacerlo, no es decisión fácil de tomar para ningún gobierno. Por un lado, está el riesgo de contagio, por otro que hacer con los críos si no pueden ir a clase. En la actualidad son muchas las familias, en las que trabajan el padre y la madre, para las que el colegio, sobre todo con los niños más chicos, es un factor importante a la hora de conciliar trabajo y familia.
Está claro que por encima de todo está la salud y la vida de las personas, pero ante la crisis que se acerca también es importante unos mínimos ingresos familiares para salir adelante.
Si se decide la no vuelta al colegio uno de los padres no podrá ir a trabajar. En los pueblos aún hay quien puede recurrir a los abuelos, en las ciudades ni eso. No hace falta pensar mucho para saber que serán mayoritariamente las mujeres quienes se verán en esta tesitura. Otra vez más, la mujer está a punto de sufrir un retroceso en el lugar social que ocupa.
Como digo no me parece un asunto fácil de resolver, pero, precisamente por eso, creo que van con mucho retraso. La pandemia comenzó oficialmente en marzo. El curso pasado se terminó, mal que bien, con las clases virtuales funcionando de aquella manera, clases que el docente impartía desde su propia casa. Fue lo normal ante algo tan inesperado como el coronavirus, ahora bien, ¿desde marzo no se ha podido idear una estrategia para cuando llegase septiembre?
Los diversos gobiernos regionales han dejado la patata caliente de las soluciones en manos de los propios colegios ¿perdona? Es que esto no hay por donde cogerlo.
Las direcciones de los centros demandan más educadores para poder disminuir el número de niños por aula, quieren servicio sanitario en cada colegio, dotar de medios tecnológicos para facilitar posibles clases virtuales, aumentar las medidas preventivas y de control del virus, entre otras cosas. todo esto cuesta un dinero que ha de ser la administración quien lo proporcione, incluyendo para ello una partida en sus presupuestos. Cosa que no han hecho.
Así está el asunto cuando nos encontramos apenas a quince días del comienzo oficial del curso 2020/2021. Hay reuniones previstas en los diversos colegios a primeros de septiembre, tienen que decidir qué van a hacer. En algunas Comunidades, los docentes están organizando actos de protesta para exigir una vuelta al colegio en condiciones.
La cosa pinta mal, el riesgo de la comunidad educativa es grande. Cada niño lleva detrás una familia y, cuando vuelve a casa, una clase entera.
Si no se hacen bien las cosas el colectivo de la enseñanza será el próximo damnificado. ¿Saldremos en octubre a cantar otra vez a los balcones? Yo propongo que esta vez sea la tabla de multiplicar.