Artículo de opinión de Isabel Campos
Hablar con la gente, confraternizar, va en nuestro ADN mediterráneo. Los bares forman parte de nuestra cultura. Cultura de sol, de mesas en terrazas, de charlas interminables con amigos hasta altas horas, cuando el fresco acompaña.
Y digo bares, tabernas, pequeños restaurantes, mesones, pequeñas cafeterías, todos esos locales, la mayoría familiares, que están en la historia de cada uno de nosotros. Esos que ahora son los más castigados por la pandemia que nos envuelve.
La gente de mi generación conoció esos lugares, de forma muy diferente al concepto de ocio que existe hoy. Muchos de mi recuerdos de juventud van ligados a los bares donde nos reuníamos para hablar por hablar durante horas, sin apenas música. En algunos dependía del dinero que hubiese para echarle a la máquina y elegir una canción. “Vientos del pueblo” cantada por Los Lobos se alternaba con “Eva María se fue” de los Diablos o “El preso número 9” cantada por Joan Báez.
El quiosco del Lolo en el parque, el Restregón, El Gran Bar, alguna taberna sin nombre donde sólo servían vino y torraos, el Virginia, Los Olmos… Estos eran los sitios que los jóvenes frecuentábamos (alternando con los locales sociales de la O.J.E y los Scouts) sobre todo los fines de semana. La costumbre de salir entre semana era algo casi impensable, especialmente para las chicas.
El Virginia y Los Olmos fueron, sin duda, desde sus inicios, mi lugares favoritos. Estoy convencida de que gran parte de la historia reciente de nuestro pueblo se gestó entre sus paredes. Bares, conversación y política iban de la mano en aquellos años (“Si Los Olmos Hablaran”, siempre me ha parecido un buen título desde el que contar cosas de aquel tiempo).
Mi primer recuerdo relacionado con charlas políticas tiene que ver con un bar, ya desaparecido, al que fuimos convocados, por prohombres del pueblo de aquel entonces, un grupo de chicos y chicas adolescentes, estudiantes, que teníamos fama de díscolos. Eran los últimos años del franquismo o primeros de la Transición, no podría precisar. Si recuerdo que fue de noche y que a mi me pareció una gran aventura clandestina; sobre todo por compartir mesa e ideas con adultos muy conocidos que, ni por el forro, hubiese creído con un pensamiento crítico con lo establecido.
Anécdotas de este tipo, tengo algunas, (cosas de la edad) y no puedo evitar echar de menos esos lugares. No por aquello de añorar cualquier tiempo pasado, si no porque, desde hace tiempo, creo que se ha perdido, el interés por mantener conversaciones con otros para conocer y conocerse a través de opiniones o modos de vida distintos, a eso se suma el que, casi siempre, la música en los locales invita más a consumir que a hablar.
Por otra parte, casi toda mi vida ha ido ligada a la hostelería, desde aquel pequeño bar de mis abuelos, donde aprendí a leerle a los parroquianos el periódico siendo muy chica, hasta todos y cada uno de los lugares donde he trabajado y de los que tengo, de todos, muy buenos recuerdos.
Es por todo esto que siento enormemente y me entristece, cada vez que veo la situación tan crítica por la que están pasando los pequeños hosteleros, sobre todo los de Alhama. El Coronavirus no entiende de tertulias, de amistad, de sentimientos, de conversaciones ni de abrazos. Espero que todo esto pase de una puñetera vez y apelo a la responsabilidad de hosteleros y clientes para, juntos, salir adelante.